Maestro Kodo Sawaki en postura de zazen |
Postura del despertar
Taisen Deshimaru
La práctica del za-zen es el secreto
del Zen. El za-zen es difícil,
lo sé, mas si se ejercita cotidianamente es muy eficaz para la liberación de la
conciencia y el desarrollo de la intuición. El za-zen no sólo
desprende gran energía, sino que es también posición auroral. Su práctica no
nos fuerza a obtener algo. Sin fin es únicamente concentración en la posición,
modo de respirar, actitud del espíritu.
La posición.
Sentado en el centro del zafu (cojín redondo) se cruzan las
piernas en loto o medio loto. Si no es posible se cruzan simplemente cuidando
de no poner un pie sobre el muslo. No obstante conviene apoyarse firmemente en
el suelo con las rodillas. En la posición de loto los pies oprimen en cada
muslo zonas que comprenden los principales puntos de acupuntura
correspondientes a los meridianos del hígado, la vesícula y el riñón.
Antiguamente los samurais estimulaban estos centros de energía, de forma
natural, por la presión de los muslos sobre el caballo.
Pelvis caída hacia adelante, al nivel de la quinta
vértebra lumbar columna vertebral arqueada (según mi maestro Kodo
Sawaki, es como si el ano mirara al sol.), espalda recta. Se toca la tierra
con las rodillas y el cielo con la cabeza. Mentón hundido, nuca erguida,
vientre distendido, nariz en línea vertical con el ombligo; se es como un arco
tenso cuya flecha sería el espíritu.
Una vez en posición se colocan los puños cerrados
(apretando el pulgar) sobre los muslos, cerca de las rodillas, y se balancea
la espalda muy recta a derecha e izquierda siete u ocho veces reduciendo
lentamente el movimiento hasta encontrar la vertical de equilibrio. Se saluda (gassho)
entonces, es decir se juntan las manos delante de sí, palma con palma, a la
altura de los hombros; los brazos, doblados, permanecen horizontales. No queda
más que poner la mano izquierda sobre la derecha con las palmas mirando al
cielo y contra el abdomen. Los pulgares en contacto por su extremidad,
horizontales por una ligera tensión, no dibujan hondonada o pico. Los hombros
caen naturalmente retirados hacia atrás. La punta de la lengua roza el velo del
paladar. La mirada se posa a un metro de distancia, pero está volcada hacia el
interior. Los ojos semicerrados no miran nada, intuitivamente se «ve» todo.
La respiración.
Juega un papel primordial. El ser vivo respira. Lo primero es el aliento. La
respiración Zen no es comparable a ninguna otra. Tiende ante
todo a establecer un ritmo lento, poderoso y natural. Si nos concentramos en
una espiración suave, larga y profunda, la inspiración viene de forma natural.
El aire se retira paulatina y silenciosamente, mientras que el empuje debido a
la espiración desciende con fuerza en el vientre. Se «oprimen los intestinos»
provocando así un saludable masaje de los órganos internos.
Los maestros comparan la respiración Zen al
mugido de la vaca o al grito del recién nacido. Este hálito es el «om», la
simiente, el pneuma, fuente de vida.
Actitud del espíritu. La respiración adecuada brota de una posición
correcta. De igual modo la actitud del espíritu fluye naturalmente de una
profunda concentración en la posición física y en la respiración. El ejercicio
correcto nos hace vivir largamente, apaciblemente, con intensidad. Neutralizamos
los shocks nerviosos, dominamos los instintos y pasiones, controlamos la
actividad mental. La circulación cerebral mejora notablemente. El córtex
descansa y el flujo consciente de pensamientos cesa. La sangre afluye a las
capas profundas que, mejor irrigadas, se despiertan de un semisueño; su actividad
produce una sensación de bienestar, serenidad y paz parecida al sueño profundo
pero en pleno despertar. El sistema nervioso se relaja, el cerebro «primitivo»
entra en plena actividad. Plenamente receptivos y atentos, pensamos con cada
una de las células del cuerpo. Inconscientemente, toda dualidad, toda
contradicción desaparecen.
Los pueblos llamados primitivos han conservado un
cerebro profundo muy activo. La civilización occidental ha educado y refinado
el intelecto al tiempo que perdía fuerza, intuición y sabiduría, ligadas al
núcleo interno del cerebro. Por eso el Zen es un tesoro
inestimable para el hombre de hoy, para el que aún tiene ojos para ver y oídos
para oír.
Por la práctica regular del za-zen nos
es dado convertirnos en hombres nuevos volviendo al origen de la vida.
Podemos acceder a la condición normal del cuerpo y
del espíritu (que son uno) captando la existencia en su raíz.
Sentados en za-zen dejamos correr
las imágenes y pensamientos que atraviesan el inconsciente como nubes por un
cielo límpido. Sin oponernos, sin agarrarnos a ellas, como sombras delante de
un espejo las emanaciones del subconsciente pasan, tornan y se desvanecen. Y se
llega al inconsciente profundo, sin pensamiento, más allá de todo pensar
(hishiryo), pureza verdadera. Zen es muy simple y muy difícil
de comprender. Es un problema de esfuerzo y repetición, como la vida.
Sentados, sin ningún tipo de ocupación, sin fin ni
espíritu de provecho. Si la posición-respiración y actitud de vuestro espíritu
están en armonía, comprenderéis el verdadero Zen, captaréis la
naturaleza de Buda.
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