¿Qué es el Zen?

El secreto del Zen consiste en sentarse, simplemente, sin finalidad alguna ni espíritu de provecho, en una posición de gran concentración.

Esta forma desinteresada de sentarse se llama za-zen; za significasentarse y zen meditación, concentración. La enseñanza de la posición, que es transmisión de la esencia Zen, tiene lugar en un dojo.

La práctica del za-zen es de gran eficacia para la salud del cuerpo y del espíritu, que se encaminan a su condición normal. El Zen no puede enmarcarse en un concepto, ha de ser practi­cado; es, esencialmente, una experiencia. No se subestima la inteligencia, sólo se busca una dimensión más alta de la con­ciencia no ceñida a una visión unilateral de los seres y de las cosas. El sujeto está en el objeto y el sujeto contiene al objeto. Se trata de sobrepasar, con la práctica, todas las contradiccio­nes, todas las formas de pensamiento.

La expresión filosófica del budismo Zen no tiene nada que ver con un sistema de pensamiento apremiante y rígido; por el contrarío, es la transmisión de conceptos que proceden de una experiencia milenaria y cambiante a la vez: la del despertar. Algunas fórmulas-fuerza, algunas palabras clave polarizan y ordenan el campo de lo vivido. Las palabras se responden sin alterar la continuidad, la inaprensible fluidez de lo real que tratan de cercar. Desde lo más hondo iluminan la existencia cotidiana.

La idea clave es Aquí y Ahora; lo que importa es el presen­te. La mayoría de las personas tienden a pensar, angustiadamente, en el pasado o en el futuro, en vez de estar completa­mente atentas a los actos, palabras o pensamientos que se suceden en el momento. Estar presente en cada gesto, con­centrarse Aquí y Ahora, esta es la lección Zen. A ella pode­mos añadir la fórmula sentarse (shikantaza) simplemente, gra­tuitamente, sin fin determinado ni espíritu de provecho (mushotoku).

El maestro Dogen decía:
  
«Aprender Zen es revelarnos,
revelarnos es olvidarnos,
olvidarnos es desvelar la Naturaleza de Buda,
nuestra naturaleza original.»

Volver al origen. Comprendernos a nosotros mismos. Conocernos profundamente. Encontrar nuestro verdadero yo. Esen­cia eterna de todas las religiones, de todas las filosofías, fuente de sabiduría, agua viva que brota de la práctica regular del za-zen.

Naturaleza de Buda significa la condición más normal que pueda darse: la natural, origen de nuestro espíritu. Cuanto más nos acercamos a este estado normal de conciencia, mejor crearnos alrededor nuestro un ambiente radiante, fecundo y feliz. A medida que nos alejamos nos convertimos en presas del medio.

Si abrimos las manos podemos poseerlo todo. Si estamos vacíos podemos contener el Universo entero. Vacuidad es la condición del espíritu que a nada se anuda. El maestro Sekito, célebre maestro chino, ha escrito:

«Aunque el lugar de meditación sea exiguo, contiene el Universo. Aunque nuestro espíritu sea ínfimo contiene lo ilimitado.»

Zen está más allá de las contradicciones. Las incluye y sobrepasa. Tesis, antítesis, síntesis, más allá. Cuando los maes­tros Zen responden a sus discípulos con un enigma que parece una bufonada, no se trata de una broma absurda. El maestro se esfuerza siempre en conducir al alumno y llevarlo más allá de la razón. Si le decís «blanco», él contesta «negro» a fin de que se traspase al más allá. No sostiene una tesis, formula el polo opuesto de la proposición para que el interlocutor en­cuentre por sí mismo el justo medio.

Si yo digo: «Cuando uno muere, todo muere», esto no es totalmente incierto, pero no es toda la verdad. ¡Hay que ir más allá! A la pregunta: «¿Cuál es la esencia de Buda?» Houang-Po responde: «Buda es el huracán de los afeites». A menudo me digo: «Esta estatua de Buda delante de la que me inclino es de madera, no es nada. Puede quemarse, no tiene ninguna importancia. Sin embargo me arrodillo tres veces con­secutivas delante de ella, ya que simboliza la absoluta budeidad, la naturaleza divina». Hemos de ver todas las imágenes de un fenómeno.

Sin duda ciertas formas religiosas son excelentes para un lugar y tiempo determinados. El Zen, práctica de la esencia, experiencia de lo originario, sobrepasa el espacio-tiempo, pue­de ser eje de la evolución por su carácter universal y simplici­dad. Como el torrente primaveral despierta a la pradera, el Zen provoca una revolución interior, una mutación del ser. Cuando no se evoluciona se involuciona. Si no se crea se muere. Si tu mano derecha está impedida, utiliza la mano izquierda.

Despertar, crear, intuitivamente; cada uno de nosotros hace civilización. El Zen es educación silenciosa.

«En el silencio se eleva el espíritu inmortal, el advenimiento del gozo no precisa voz.»

La enseñanz moderna concede la primacía al discurso, mas con frecuencia la palabra no expresa el verdadero pensamiento o la actitud profunda, es casi siempre incompleta. Cuando encuentra su justeza nos impele a transmitir la experiencia de «tú a tú».

El Zen alcanza la sabiduría más alta en el amor profundo. La sabiduría es a veces fría, padre que no tiene cerca a la madre. Depurada de todo formalismo, la religión da espíritu de amor. La gran sabiduría es, sobre todo, vuelta al origen, ver­dad universal, sostén de nuestra vida más allá de los fenómenos. La experiencia religiosa puede convertirse en fuente vivificante de la existencia humana abierta a su más alta dimensión.

La meditación Zen

La meditación Zen se realiza a través de la práctica de zazen, que literalmente significa sentarse en meditación, solo sentarse. A la postura de zazen se la conoce también como la postura del despertar, pues a través de su práctica llegamos a liberarnos de nuestro “falso yo” para hacer realidad nuestro verdadero ser y nuestra unión con el universo entero.
    Sentados en la misma postura en la que Buda obtuvo su despertar, abandonamos los pensamientos que surgen a cada instante en nuestra mente. Concentrados en los puntos esenciales de nuestra postura nos abandonamos en el ir y venir de nuestra respiración.


La postura

La práctica de zazen es muy sencilla: sentados sobre el cojín negro (zafu) con las piernas cruzadas en la posición de loto o medio loto, empujamos el cielo con la coronilla de nuestra cabeza y el suelo con nuestras rodillas. La espalda y la nuca están bien rectas sin crispación alguna. Con la pelvis ligeramente basculada hacia delante a partir de nuestra quinta vértebra lumbar, permitimos que el diafragma se abra y permita que nuestra respiración descienda más allá del bajo vientre masajeando nuestros órganos internos. Nuestra mano izquierda reposa sobre la mano derecha con sus palmas mirando hacia el cielo. Los dedos pulgares permanecen horizontales, la punta de sus yemas se tocan ligeramente. Con los ojos semicerrados dejamos que nuestra mirada repose en el suelo delante de nosotros.
   Esta es una postura de gran estabilidad que nos permite estar tranquilamente inmóviles durante mucho tiempo. Pudiendo abandonar inconscientemente y de modo natural la percepción de nuestro falso yo con todas sus neurosis y quebrantos mentales.

La respiración

La respiración debe ser calma, larga y profunda. La atención ha de estar dirigida sobre la espiración, que debe empujar hacia abajo sobre toda la masa abdominal. La inspiración viene natural, automática y espontáneamente. El vientre siempre debe estar libre, distendido y en expansión.

La actitud de la mente

Durante zazen dejamos que los pensamientos e imágenes que van surgiendo en nuestra mente pasen como nubes por el cielo, sin darles pábulo ni luchar contra ellos. A cada ir y venir de nuestra respiración, sobre todo en la espiración, lo soltamos todo. Permitiendo de este modo que nuestra mente se calme por completo, y poder acceder a nuestra naturaleza profunda más allá de nuestro pensamiento.
   Esa actitud de espíritu surge naturalmente de una concentración profunda en la postura y la respiración, resultando una mejora en la circulación cerebral y nos pone en contacto con todo el universo de modo automático, natural e inconsciente.


Cuando en el silencio toda palabra se olvida, 
esto surge ante vosotros con toda claridad. 
Esto es la realidad de la vida que impregna todo el universo.
Sin intentar alcanzar la verdad ni cortar con las ilusiones,
sin huir de nada ni correr tras nada, 
la conciencia universal se manifiesta naturalmente. 
Así se hace realidad una conciencia intuitiva, original, 
radicalmente diferente de la conciencia habitual del yo.

Maestro Wanshi




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